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Mensaje para la fiesta de San Antonio de Padua

Mensaje para la fiesta de San Antonio de Padua

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“Queridos Hermanos, oremos a Jesucristo
que extirpe de nuestro corazón la ira,
 que infunda en nuestra conciencia la tranquilidad
para poder amar a nuestro prójimo con la boca,
 con las obras y con el corazón, y llegar así a El,
 que es nuestra Paz” .

(San Antonio de Padua)

  • Antonio de Padua: el Santo de la paz y de la fraternidad.

Antonio de Padua, abrazando el Carisma franciscano, asimiló su espíritu evangélico, cuyos rasgos fundamentales son la paz y la fraternidad. Sabemos como Francisco de Asís amaba todos, ricos y pobres, como hermanos, hasta el punto de incluir en la”fraternidad” todas las creaturas (cfr. Cántico de las Criaturas). Reconciliado interiormente con Dios y con el prójimo, Francisco difundía y proclamaba donde quiera la paz con su saludo: “¡El Señor te dé la paz!”

San Antonio ha hecho suyo el ideal franciscano viviéndolo con la propia personalidad, conjugando juntos bondad, amabilidad y firmeza. Era educado y gentíl, pero a la necesidad, cuando eran puestos en discusión la verdad y la justicia, se volvía firme y severo.

Era tierno y compasivo con los pobres, con los opresos, con los encarcelados, con las mujeres reducidas a objeto. Pero era audaz y determinado en el confrontar los potentes y en el amonestarlos por sus opresiones y abusos, llamándolos a la justicia y a la paz, como en el caso de Ezzelino de Romano[1].

  • ¿Hay paz en nosotras, en mi?

Este nuestro hoy histórico, caracterizado de una crisis internacional de grande magnitud, de un lado manifiesta la aspiración y la búsqueda de relaciones fraternas entro los Pueblos, de otra parte miramos que estas relaciones son siempre más débiles e inestables. La fragilidad de fondo es que se antepone al bien común el prestigio personal y nacional, el poder político, la seguridad económica.

La actual situación mundial (con sus situaciones de guerra, con las tensiones entre Pueblos fronterisos, con los conflictos al interno de un mismo Pueblo, con las graves problemáticas económicas-políticas-sociales que estan creando nuevas y agudas bolsas de pobreza) nos interpela y nos provoca fuertemente a buscar aquella “Fraternidad universal”  tanto querida al corazón de Francisco. Una Fratenidad que Antonio ha buscado de construir exhortando a dejar a un lado el individualismo, la soberbia, la envidia, el celo, la agresividad; exhortando a saber cultivar la justicia, la solidaridad, el compartir de alegrías y de cansancio, de sufrimientos y de esperanzas, abriéndose al don de sí y no a la posesión egoísta.

Pero parece que no hay disposición a renunciar a alguna cosa de sí por los demás. ¿Porqué? Porqué en el fondo del corazón falta la paz. “No puede un ciego guiar a otros ciegos” dice Francisco.

Debemos ser conscientes que los confictos (personales, comunitarios, políticos, sociales) que nos oponen a los otros son muchas veces consecuencia de situaciones conflictuales que (también nosotras consagradas/os) experimentamos en nuestro intimo y en nuestra conciencia. Tenemos necesidad de volver en nosotras mismas y de re-encontrar “paz” en la relación con Dios, con los demás, con el creado a través de un corazón y una mirada pacíficada.

  • ¿Dé dónde nace la paz? Del Corazón del Maestro y Señor Jesús.

Durante la predicación de Cuaresma, en el 1221, a Padua, Antonio llevó paz dentro de una ciudad guerrera, dividida de las muchas injusticia. ¿Cómo lo hizo? Mirando al Maestro Jesús:

 

“Dios con la espada de la pena, el hombre con la espadad de la culpa. Nadie fué en grado de resolver esta disputa. Viene Cristo, que es vinculado con ambos porque es Hijo de Dios y Hijo del hombre, y se puso entre ellos y los retuvo”.

(San Antonio de Padua, Domingo XIII después de Pentecostés)

Jesús es el Mediador[2] que entregando su vida al Padre nos hace don de la verdadera Paz.

Este “espíritu de mediación” Antonio lo ha hecho suyo. El se puso en medio al disturbio humano que involucraba la ciudad que lo hospedaba y obtiene del Señor el don de la Paz:

“Queridos Hermanos, oremos a Jesucristo que extirpa de nuestro corazón la ira,
que infunda en nuestra conciencia la tranquilidad para poder amar a nuestro prójimo con la boca, con las obras y con el corazón, y llegar así a El,
que es nuestra Paz” .

(San Antonio de Padua, Domingo XVII después de Pentecostés)

  • “Les dejo la paz, les doy mi paz”[3].

Entre todo los dones del Crucifijo Resucitado, entre los bienes que nos ha dejado en heredad, la paz es el más grande: los resume todos. La paz no es ausencia de guerra o de conflictos; no es la sumisión servil al más fuerte, ni el dominio indiscutible sobre los más débiles; no es ni mucho menos la tranquilidad de vivir y el miedo de los débiles, ni la indiferencia y la superioridad sobre el mal y el sufrimiento.

La paz que Jesús nos deja es aquella de quien atraviesa el sufrimiento y las injusticias no resolviéndolos individualmente, ni ignorandolos, ni subiendolos, ni liquidándolos, sinó tomándolos sobre sí y transformándolos en oportunidades de vida nueva. Es la paz de quien, amado de Dios, ama cada creatura y por esto cubre y trasciende los límites propios y de los demás, y cree y espera que el bien, tarde o temprado, florecerá en cada uno[4]. Es la paz de quien vence el mal con el bien[5] y con la paciencia[6] porque ha descubierto que la vida es un don recibido y de donar.

La Sagrada Escritura considera la paz como don de Dios y como plenitud de todas sus bendiciones para una convivencia pacífica y fraterna donde “el lobo habitará junto con el cordero” [7] y los hombres “romperán sus espadas y harán harados, de sus lanzas harán podaderas... y no aprenderán más el arte de la guerra” [8].

Todo esto ya se ha complido con la venida de Jesús de Nazaret, cuyo nacimiento ha marcado también el nacimiento y el triunfo de la paz: “Paz en tierra a los hombres de buena voluntad”[9]. Y quien obra con corazón pacífico y pacificado contribuye a construir la gran Familia de los fieles de Dios, cuyo Primogenito es Cristo, el primer constructor de Paz: “Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios” [10].

  • Jesús tiene otro plan de Paz: no es aquella la del mundo.

En estos días en la cual se escucha hablar de bombardamentos, de acción violenta de la guerrilla, de luchas por las elecciones de los Presidentes de las Naciones, no podemos no pensar a las palabras de Jesús:

“Les dejo la paz, les doy mi paz.
No como la dá el mundo, yo la doy a ustedes”[11].

Me pregundo: ¿qué cosa exactamente significa estas palabras? ¿Cuál es la paz que Jesús nos dona y en que cosa se diferencia de aquella que podemos encontrar en el mundo? Y por qué el mundo fatica a encontrar la paz?

En muchos pensamos que la paz es solo ausencia de guerra. Pero esta es una paz ambigua e hipócrita, tranquila y artificial, con la cual las naciones “se alegran y se consuelan” entre un conflicto y el otro.

Es probable que escuchando la palabra “paz” entendamos, por lo tanto, una situación de no guerra, un estado de tranquilidad y de bienestar. Pero no siempre esto corresponde extactamente al sentido amplio y profundo de la palabra hebrea Shalom (=Paz), utilizada en el contexto bíblico.

La Paz de Jesús – Shalom – es ante todo Su don, no es jamás una conquista del hombre. Es la oferta de la vida que se articula en un sistema de relaciones con El, consigo mismo, con las creaturas y con la creación. Es la posibilidad de experimentar la misericordia , el perdón y la benevolencia de Dios que nos hace capaces a su vez de vivir en relaciones pacíficas y serenas con los demás, dándonos nosotros mismos a través de vínculos de caridad y de amistad evangélica, eliminando toda forma de opresión y de prepotencia. En este sentido la paz de Dios como don es inseparable del ser constructores y testigos de paz[12].

La paz es fruto de la justicia[13] cuando el hombre es empeñado a respetar todas las dimensiones de la persona humana, cuando reconoce aquella que le corresponde en cuanto tale, cuando viene custodida su dignidad y cuando la convivencia es orientada hacia el bien común.

Por esto la paz se construye, día tras día, en búsqueda del orden querido de Dios y después florece solo cuando todos reconocemos nuestras responsabilidades en la promoción de una sociedad justa y pacífica.

No es casualidad que Francisco de Asís, lìder de los mediadores de paz de cada tiempo, amaba orar: “Señor, hazme un instrumento de tu Paz”.

Sor Tanina Nicolaio
Superiora General

Ariccia, 13 junio 2022


 

[1] Cuando Antonio se entera de una terrible masacre de hombres cometida del temido tirano Ezzelino de Romano, cerca de Verona,  lo quiere encontrar y le reserva palabras durísimas: "Oh enemigo de Dios, tirano despiadado, perro furioso, ¿hasta cuando continuarás a derramar sangre inocente de cristianos? ¡He aquí, pende en tu cabeza la sentencia del Señor, terrible y durísima!”.

Pero la reacción de Ezzelino es inesperada: en lugar de dar las ordenes a sus guardias de matar el fraile franciscano, manda que sea alejado sin violencia. Y agrega: “Compañeros de arma, no se sorprendan de esto. Les digo con toda verdad, que he visto emanar del rostro de este padre una especie de resplandor divino, que me aterrorizó al punto que, de frente a una visión así aterradora, tuve la sensación de precipitar en el infierno".

[2] Cfr. 1 Tm 2, 5.

[3] Jn 14, 27.

[4]  1 Cor 13, 7.

[5]  Cfr. Rm 12, 21.

[6]  Cfr. St 1, 2-4.

[7]  Is 11, 6.

[8] Is 2, 4.

[9] Lc 2, 14. 

[10] Mt 5, 9.

[11] Jn 14, 27.

[12] Cfr. Mt 5, 9.

[13] Cfr. Is 32, 17.


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